UN CABARET PARA TODAS LAS ÉPOCAS

Asistimos al tradicional Auguste Wilson Theatre, en Broadway, a ver una representación de Cabaret. Elsubway nos deja en una estación de Times Square que está muy cerca de nuestro lugar de destino. Hacemos la fila correspondiente con el boleto previamente comprado en línea. Menos mal que conseguimos, a última hora, butacas en la platea alta. El show ha estado algunos meses en cartelera y cerrará su ciclo el 14 de septiembre. Una anfitriona nos pide amablemente el teléfono móvil y nos coloca un sticker adhesivo con el logotipo que han creado para el Kit Kat Club que es el nombre del cabaret en el que se desarrolla la trama original de esta obra estrenada en 1966.
La puerta principal de ingreso está vedada a los que hacemos fila. Se nos lleva a un costado, hacia la puerta de escape número dos a través de la cual procedemos al ingreso (la puerta uno es para quienes van a la platea baja). Descendemos y se nos ofrece a los que tenemos más de veintiún años un pequeño trago de Moët Chandon Imperial. Luego ascendemos y ya estamos en el bar berlinés de tonos verdosos de los años treinta del siglo anterior que han montado cerca de las puertas de acceso de la platea alta. El golpe se ha dejado sentir: hace unos minutos estábamos en la calle 52 con todo el bullicio neoyorkino encima y ahora estamos en un antro kitsch del Berlín en la segunda guerra mundial.
Desde la platea alta se obtiene una vista perfecta del escenario circular donde se va a desarrollar la obra. En la parte baja los usuarios van tomando posesión de sus mesas y butacas. Un grupo de bailarines (que interactúa con la gente que va llegando) empieza a ensayar deleitándonos con un abrebocas de la música de John Kander. No es un simple calentamiento. Es parte de la obra que vamos a espectar. Nosotros, los asistentes, somos también personajes. Estamos de visita en un teatro de larga tradición que ha sido remodelado para convertirse en el Kit Kat Club “original”.

Mientras esperamos que se apaguen las luces, le echamos un vistazo al programa de mano del show impreso por Playbill, la revista mensual para aficionados al teatro, que se imprime desde 1884. La historia original fue de autoría de John Van Druten. La tituló I Am a Camera, que a su vez fue una adaptación de Goodbye to Berlin de Christopher Isherwood. Mientras esperamos a que empiece el show, leemos en el folleto que el musical explora los sórdidos bajos fondos del Berlín de los años treinta a través de la lente del Kit Kat Club. La producción original, dirigida por Harold Prince, fue –según Playbill– innovadora por su atrevida narración y por el uso de números musicales para hacer avanzar la historia y su temática, supuestamente, desafia al público con su franca descripción de la sexualidad, la agitación política y la ambigüedad moral.
Como espectadores vamos con la experiencia de haber visto algunas veces la película Cabaret de Bob Fosse cuya adaptación de 1972, protagonizada por Liza Minnelli y Joel Grey, que fue para muchos la versión definitiva. La reposición de Broadway de 1998, protagonizada por el británico Alan Cumming en el papel de Emcee o master of ceremony, reinventó el espectáculo para una nueva generación, eliminando parte del brillo del original para centrarse en los matices más oscuros y cínicos de la historia. Esta versión destacó por su inmersiva puesta en escena y la electrizante interpretación de Cumming, que se convirtió en un maestro de ceremonias sexualmente juguetón y sin miedo a mostrar su lado más queer. La reposición de 2014, también con Cumming, siguió explorando los elementos crudos y provocativos del musical.
La versión que vamos a ver de Cabaret en Broadway, en el Kit Kat Club, cierra su temporada el 14 de septiembre de 2024 y es la última en la que actúa Eddie Redmayne que se ha dedicado a este rol tanto en su versión londinense como neoyorkina. No se trata de un remake o una adaptación más, resulta ser una vívida reinterpretación del original que amplía los límites del potencial inmersivo del espectáculo. Dirigida por Rebecca Frecknall, esta reposición aporta una nueva perspectiva a la historia atemporal, con una escenografía que sitúa al público directamente en medio del club, creando una experiencia mucho más íntima. La producción difumina los límites entre público e intérpretes, reforzando los temas centrales del espectáculo: el voyeurismo y la complicidad. Esta versión es más oscura, más descarnada y más actual, y aprovecha el clima cultural del primer cuarto del siglo XXI para trazar inquietantes paralelismos entre los años treinta y la actualidad.

Mientras el Emcee de Joel Grey era una especie de marioneta que se mantiene incólume ante el público, el Emcee de Alan Cumming era decididamente andrógino. Grey era puro vodevil con su voz cantarina y teatral, de mucho autocontrol; Cumming es físicamente más fluido, con gestos animales, más parecido a un depredador con la voz áspera que mezcla habla y canto con gruñidos para inquietar y seducir.
La interpretación de Eddie Redmayne, como el maestro de ceremonias, es toda una revelación. Conocido sobre todo por su trabajo en el cine, Redmayne aporta una intensidad cinematográfica a su interpretación, combinando carisma y amenaza a partes iguales. Su Emcee es un maestro de ceremonias seductor, encantador y aterradoramente impredecible; es una figura fantasmagórica que encarna una locura que no se parece a la libidinosa actuación de Cumming o al pulido espectáculo de Grey. Así lo constatamos en la escena de apertura del show. Lo vemos aparecer en un claroscuro con sus brazos formando provocadoramente una cruz esvástica, dejando desde la primera escena una diferencia con los actores que anteriormente han interpretado este rol. Los versos de la canción de apertura resultan atemporales en boca de Redmayne:
Willkommen, bienvenue, welcome!
Fremde, etranger, stranger.
Gluklich zu sehen, je suis enchante,
Happy to see you, bleibe, reste, stay.
Willkommen, bienvenue, welcome
Im Cabaret, au Cabaret, to Cabaret
El gran aporte del actor británico en esta canción de bienvenida a los espectadores es que le aumenta un adjetivo posesivo a la última línea. Redmayne dice “my cabaret”, tomando posesión no sólo del espectáculo sino también de todo el lugar.
El físico de Redmayne es sorprendente, ya que se contorsiona y se desliza por el escenario con una gracia inquietante, captando la decadencia y el peligro del personaje más cercano a un arlequín o a un payaso circense. De hecho, en un programa de The Tonight Show le manifestó a Jimmy Fallon que había estudiado en una escuela francesa de clown en la que recibió entrenamiento intensivo que lo llevaría a moldear su MC. La anécdota referida termina con la confesión de cómo en una clase de improvisación, en la que había que usar máscaras, sus tretas de actor ganador de Óscar fueron interrumpidas por el instructor que lo mandó a sentarse.
Su interpretación vocal es igualmente convincente, moviéndose sin esfuerzo entre susurros sensuales y poderosos gritos, haciendo que cada canción parezca una seducción, una amenaza o una súplica. Sus movimientos son deliberados pero inconexos, a menudo espasmódicos e inquietantes, como si su cuerpo no estuviera sincronizado con su mente. La voz de Redmayne oscila entre susurros espeluznantes y estallidos maníacos, utilizando un falsete para inquietar e incomodar a todos los que asistimos al Kit Kat Club. Hay una sensación de distanciamiento en su interpretación, una frialdad que diferencia a su MC de las encarnaciones anteriores, sobre todo en el detalle del gorro de cumpleaños en forma de cono que corona su testa. Su coreografía, aunque sigue siendo sugerente, es menos sensual pero más perturbadora, y a menudo hace hincapié en movimientos bruscos y discordantes que reflejan la naturaleza fracturada tanto del personaje como del mundo que habita.
El reparto es igualmente sólido, con actuaciones destacadas de Gayle Rankin como Sally Bowles y Bebe Neuwirth como Fraulein Schneider. La Sally de Rankin es un personaje profundamente imperfecto y complejo, retratado con una cruda vulnerabilidad que la hace tan identificable como trágica. Su interpretación de «Maybe This Time» es un momento desgarrador de esperanza y desesperación, mientras que su interpretación de la canción «Cabaret» es un escalofriante descenso hacia la desilusión. Neuwirth aporta una matizada seriedad a su papel de Fraulein Schneider, equilibrando el pragmatismo del personaje con momentos de tierna vulnerabilidad, especialmente en sus dúos con Herr Schultz, interpretado por David Krumholtz.
El diseño de producción y la dirección artística son espectaculares y transforman el teatro en una parte viva del Kit Kat Club. El escenario circular, que se mueve continuamente a lo largo del espectáculo, crea un efecto que al principio desorienta, pero que a medida que avanza la historia sumerge al público en el caótico mundo del Berlín de la preguerra. La plataforma giratoria permite transiciones fluidas entre escenas, dando a la producción una calidad casi cinematográfica. La escenografía y el diseño de la iluminación son evocadores y atmosféricos, utiliza fuertes contrastes entre luces y sombras para reflejar las dualidades en el corazón de la historia: el glamour y la decadencia, la libertad y la opresión, el amor y la traición.
La coreografía y los arreglos musicales son un guiño a la producción original y una audaz reinvención. Los números de baile son frenéticos y crudos, capturando la energía desinhibida del Kit Kat Club, pero con un toque moderno que resulta fresco y urgente. A diferencia de la coreografía más pulida y estilizada de las versiones anteriores, esta producción adopta un enfoque más descarnado y visceral que acentúa la sensación de peligro e imprevisibilidad del contexto político donde imperaba el nazismo. Los arreglos musicales, aunque se mantienen fieles a la partitura original de Kander y Ebb, incorporan elementos contemporáneos que resuenan en el público de hoy, haciendo que las canciones conocidas tengan una nueva vigencia e impacto.
En conclusión, esta reposición de Cabaret en el Kit Kat Club es una clase magistral de teatro musical, una producción que desafía y provoca tanto como entretiene. El hecho de que la obra siga evolucionando y resonando con cada nueva generación, reflejando el cambio de los tiempos y manteniéndose fiel a sus temas centrales, es un testimonio de su poder perdurable. Esta producción, con su inmersiva puesta en escena, su innovadora dirección y sus potentes interpretaciones, destaca como una de las versiones más convincentes hasta la fecha. No sólo honra el legado de este espectáculo emblemático, sino que lo redefine para el público contemporáneo, consolidando su lugar como uno de los mejores musicales de la historia de Broadway. Salimos del teatro Auguste Wilson extasiados de la experiencia de ver un show de este calibre en vivo. Privilegiados de ver a uno de los mejores actores de esta generación interpretar un rol histórico.


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