HABLE CON ELLAS en LA HABITACIÓN DE AL LADO

El manchego Pedro Almodóvar, uno de los cineastas más emblemáticos (icónicos, dicen los centennials) del cine contemporáneo, ha tardado décadas en realizar un largometraje íntegramente en inglés (aunque el año pasado estrenó, en ese idioma, Extraña forma de vida, un western de media hora, con Ethan Hawke y Pedro Pascal). A pesar de tener dos premios Oscar —mejor guion original por Hable con ella (2003) y mejor filme extranjero por Todo sobre mi madre (2000)—, no fue hasta The Room Next Door que el director manchego ha dado completamente este paso. Su reticencia a trabajar en otro idioma parecía estar relacionada con su control casi obsesivo sobre los diálogos y la interpretación, aunque él le ha atribuido públicamente el asunto a los achaques de la edad, a la dificultad de traslados de larga distancia. El legendario perfeccionismo almodovoriano quedó patente en el fallido proyecto de adaptar Manual para mujeres de limpieza de Lucía Berlín con Cate Blanchett, un trabajo que nunca se concretó, dejando a Almodóvar frustrado pero decidido a esperar el proyecto adecuado.
En España, el éxito internacional de Almodóvar no siempre se ha traducido en admiración local. Nadie es profeta en su tierra, dice el adagio, y aplicado a don Pedro le queda corto. Su relación con la crítica nacional, especialmente con el periodista español Carlos Boyero, ha sido notoriamente tensa. El ácido y recalcitrante Boyero, desde su tribuna de EL PAÍS, ha descalificado al director en varias ocasiones, calificando su cine como “artificioso” y “pretencioso”. Frases como “Almodóvar tiene el don de hacer que lo extraordinario parezca vulgar” o “su cine es un eterno autorretrato kitsch”, reflejan el choque entre la visión autoral del director y las expectativas de una parte del público español. Esto ha provocado la ira del cineasta manchego que rompiendo las normas de todos los manuales se rebajó a contestarle en su blog: «»Cuando afirmaba que en Francia me tratan mejor que aquí no quería generalizar. (…) Con mi respuesta me estaba refiriendo justamente a la actitud de Boyero, y al estilo macarra del que hace gala el jefe de Cultura del principal periódico de nuestro país». EL PAÍS le ha respondido con guante blanco, recordándole que en múltiples ocasiones ha publicado artículos elogiosos: «Su deber es seguir intentando ofrecernos no sólo buenas películas, sino obras maestras como las que se cuentan en su filmografía. El nuestro ofrecer a nuestros lectores la opinión que éstas nos merecen, le guste o no al director». Pese a este tipo de polémicas, Almodóvar ha seguido trabajando sin concesiones, consolidándose como uno de los contadores de historias paradigmáticos del séptimo arte.
The Room Next Door se inserta perfectamente en la filmografía almodovariana, retomando temas recurrentes como la introspección femenina y la muerte. Como en Julieta (2016), Hable con ella (2003) o Madres paralelas (2021), las protagonistas son dos mujeres cuya relación íntima y compleja vertebra la narración. Al mismo tiempo, el tema de la muerte, tratado con visceralidad en La piel que habito (2011), Matador (1986) y Dolor y gloria (2019), se convierte aquí en una meditación sobre el derecho a decidir el final de la vida. Almodóvar revisita estos temas con una madurez y una sutileza que ya están vigentes en su filmografía total.
La película adapta la novela What are you going through (2020) de Sigrid Nunez (Nueva York, 1951), exsecretaria de Susan Sontag, un texto que aborda la eutanasia desde una perspectiva íntima y filosófica. Almodóvar toma este delicado tema y lo explora con una poética que recuerda a clásicos sobre la muerte asistida como Al fin y al cabo es mi vida (1981), de John Badham; Mar adentro (2004), de Alejandro Amenábar; y La mariposa y la escafandra (2007), de Julian Schnabel; sin embargo, el manchego inyecta su sensibilidad única: un lirismo visual que transforma cada conversación sobre el fin de la vida en un testamento filosófico.
Las actuaciones de las dos nuevas chicas Almodóvar, Julianne Moore y Tilda Swinton, son, perdón la hipérbole, monumentales. Moore es Ingrid y Swinton es Martha (trasuntos de las escritoras Nunez y Sontag). Son las amigas que se ven después de muchos años en Nueva York, la capital cultural de Norteamérica. Ambas trabajaron en el pasado en una revista de actualidad. Ingrid es una autora de éxito (se la ve firmando autógrafos en la primera escena) y Martha (como su tocaya Gellhorn) fue una corresponsal extranjera, específicamente una reportera de guerra (aquí hay ecos de la pasión de Sontag por la fotografía como arte y de sus desplazamientos por países europeos afectados por la guerra). Martha tiene cáncer cervical y recibe la visita de Ingrid que se enfrenta al dilema moral de asistir o no en el suicidio. Moore aporta con una ternura desarmante que humaniza cada decisión de su personaje; Swinton, en contraste, interpreta a una mujer estoica y resignada, cuyo temple oculta un profundo miedo a la muerte. La química entre ambas es palpable, y sus actuaciones (no lo duden) están siendo (perdón el gerundio) consideradas para nominaciones al Oscar, lo que sería un merecido reconocimiento para dos de las mejores actrices de su generación.
En roles secundarios, John Turturro y Alessandro Nivola destacan con actuaciones contenidas pero eficaces. Turturro, como el amigo íntimo de Moore, aporta un equilibrio emocional con una presencia peligrosa y reflexiva; por su parte, el envejecido Nivola brilla en una sola escena como el policía que investiga la posible eutanasia, transmitiendo tensión y sospecha con una economía de gestos admirable.
La dirección de arte y el diseño de producción son otro punto climático en el filme con sus referencias al cine de Hitchcock y Bergman. Almodóvar y su equipo rinden homenaje a la obra de Edward Hopper, recreando en la paleta cromática y la puesta en escena la melancolía y el aislamiento propios del pintor. Cada encuadre parece una pintura viviente, con espacios vacíos y líneas arquitectónicas que enfatizan la soledad de los personajes. Esta atención al detalle visual subraya la delicadeza narrativa del filme. Tomar nota de las vestimentas de las actrices, siempre cambiantes, siempre coloridas, que son parte del enfoque pictórico del filme. Parecen modelos envueltas en estrategias de makerteinment (marketing + entertainment) con ropajes de colores vivos que forman parte del cuadro o encuadre. Punto aparte merece el ambientador con cada prop que aparece en la pantalla. Aquí el director de arte ha trabajado de la mano del obsesivo director que exige llenar (con los objetos más vistosos) cada punto de la pantalla como si fuera un lienzo.
Un párrafo para el músico vasco Alberto Iglesias (habitual colaborador de Almodóvar) que manufactura una partitura que suena a melodrama del cine clásico de Hollywood de los años cuarenta del siglo pasado. Otra mención a Eduard Grau que logra una perfecta transcodificación entre cine y pintura. No se puede terminar este bloque sin un aplauso a la diseñadora alemana, Bina Daigeler, por el sofisticado vestuario donde destaca la lana y los colores primarios. Los conocedores de moda identificarán el clásico jersey multicolor de Loewe que lleva el personaje de Swinton, el jersey verde de cachemira de Bottega Veneta que tiene el personaje de Julianne Moore, por dar solo dos de tantos ejemplos de los tantos que hay en la pasarela almodovariana. Todo esto para señalar que cada detalle está cuidado a la máxima potencia visual.
Almodóvar, conocido por su cine intertextual, despliega en The Room Next Door un homenaje magistral a la historia del séptimo arte. Desde las hilarantes imágenes de Siete ocasiones (1925), de Buster Keaton, hasta la proyección de Viaje a Italia (1954), de Roberto Rossellini, el filme está lleno de guiños cinéfilos. Detalles como la aparición de la carátula de un DVD de Carta de una mujer desconocida (1948), de Max Ophüls, o las referencias visuales y textuales a Los muertos (1987), de John Huston, enriquecen la experiencia para los espectadores cultos. Estas referencias no son meros adornos; dialogan profundamente con los temas de la película. Una mise-en-abyme completísima.
Vale también la alusión a Virginia Woolf, con su ensayo emancipador, Una habitación propia, que se referencia en el título del filme. La escritora inglesa, con su idea del espacio personal, pasa a ser en el filme «la habitación de arriba», donde vive la que está a punto de morir, y «la habitación de abajo», donde mora la que asiste a la amiga en sus últimos días. La muerte y la vida con sus cuartos propios. Cada espacio encierra una feminidad compleja en los que la vida se acaba o prosigue su sendero. Woolf escribió en A Room of One’s Own: “Women and fiction remain, so far as I am concerned, unsolved problems”. La película tampoco resuelve los problemas entre la ficción y la feminidad, pero los analiza de manera muy sensible y con una puesta en escena memorable. Al final, el cine se convierte en ese cuarto propio de Almodóvar para reflexionar sobre el arte y la muerte.
En conclusión, The Room Next Door reconfirma el nombre de su cineasta como uno de los auteurs de relevancia del cine mundial. Con una sensibilidad cercana a la de Persona (1966), de Ingmar Bergman, el filme ofrece un duelo actoral femenino que trasciende la pantalla. La ovación de 17 minutos en el Festival de Venecia y el León de Oro obtenido allí refuerzan el aura mítica del realizador manchego. Además, el Premio Donostia en San Sebastián reconoce una trayectoria que lo ubica en el Olimpo de los grandes cineastas. A sus 75 años, Almodóvar demuestra que su arte sigue siendo vital, desmintiendo a críticos como Carlos Boyero, cuyas acusaciones de “autocomplacencia” no hacen justicia a la profundidad y belleza cinemáticas que regalan a sus devotos seguidores.





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