«Y entonces el Califa le dijo a Scherezada: "Cuéntame una película que me ayude a pasar la noche"».

Archivo para enero, 2025

A REAL PAIN Y LA CRÍTICA DE LA RAZÓN TURÍSTICA

Jesse Eisenberg, conocido por su papel simbólico en The Social Network (2010) y por interpretar a personajes neuróticos e introspectivos, ha ido consolidando una carrera que va más allá de la actuación. Como director, debutó con When You Finish Saving the World (2022), donde ya mostró interés por las dinámicas familiares y las tensiones sociales contemporáneas, al presentarnos a una madre (Julianne Moore) que intenta conectarse emocionalmente con su hijo que es una estrella de social media. A Real Pain (2024), su segundo largo, es un trabajo más maduro y profundo que explora el duelo, la memoria histórica y el turismo global.

La trama sigue a David (Eisenberg) y Benji (Kieran Culkin), dos primos judíos de Nueva York que, tras la muerte de su abuela, deciden viajar a Polonia en busca de sus raíces familiares. Es el viaje a la semilla. Lo que comienza como un trayecto de conexión con su historia personal pronto se convierte en un recorrido incómodo y revelador por la aparición en la pantalla de lugares emblemáticos del Holocausto. Mientras David intenta encontrarle significado a cada rincón visitado, Benji mantiene una actitud cínica, ridiculizando los rituales turísticos y la obsesión por las selfies en lugares cargados de tragedia.

El filme aborda el fenómeno del tanatoturismo, también conocido como turismo oscuro o grief tourism, una tendencia creciente en la que los viajeros buscan conectar con sitios marcados por la muerte y el sufrimiento. Otra tendencia conocida es la del turismo nuclear que lleva a los viajeros a lugares como Chernobyl. En el caso de A Real Pain, hay alusiones de lugares que van desde Auschwitz hasta otros sitios conmemorativos del Holocausto, explorando cómo los desplazamientos posmodernos ya no se centran exclusivamente en el placer, sino también en una búsqueda de significados problematizados por la historia.

La película se regodea en demostrarnos cómo la lógica del turismo digital ha vaciado de solemnidad incluso los espacios más sacros. Benji desafía la banalización de los lugares históricos convertidos en escenarios perfectos para Instagram y otras redes sociales. Una de las escenas más memorables ocurre cuando Benji, con evidente ironía, se toma una selfie en un sitio conmemorativo, solo para borrar la imagen segundos después, consciente de su absurdo. El parlamento que mejor ilustra esto es el siguiente: «Man, what’s stupid is the corporatization of travel. Ensuring that the rich move around the world, propagate their elitist loins, while the poor stay cut off from society». Esta crítica contra el turismo corporativo, que favorece a los ricos y deja fuera a los pobres, es la que sostiene toda la trama que parece encontrar su lema cuando Benji, colándose con su primo en un tren, dice: «We Stay Moving. We Stay Light. We Stay Agile».

La forma de ser de Benji impide que este se conecte inmediatamente con el grupo de turistas liderados por un joven británico que lleva años en el negocio, un ruandés (vaya ironía) convertido al judaísmo, una pareja jubilada de la tercera edad y una mujer solitaria encarnada por la siempre simpática Jennifer Grey (la protagonista de Dirty Dancing). El personaje de Culkin se burla de sus compañeros de viaje de manera inmisericorde: «Our Grandma Was From Here, So Dave Arranged For Us To Join This Geriatric Polish Tour With You Fine People». Pese a este tipo de exabruptos, sus coterráneos lo aceptan y terminan enternecidos por este joven que lo dice todo sin filtros y que no tiene reparos en mostrarse vulnerable, sensible, trágico y cómico, todo al mismo tiempo.

Escena paradigmática constituye aquella que transcurre en el cementerio de Lublin, en la que Benji critica al guía por presentar demasiados datos y números. El meollo de la diatriba sugiere no convertir a los seres humanos en simples estadísticas y no aplicar una visión reduccionista a todos los lugares que están en los mapas turísticos. Particular crítica de la razón turística es la que se admira en la actitud de Benji de usar el monumento al levantamiento de Varsovia, un conjunto escultórico heroico, para burlarse de él, adoptando poses similares a las de las estatuas. La escena roza el paroxismo cuando Benji logra que todos sus compañeros de tour, menos su primo, se tomen fotos con él con las mismas poses irónicas.

La música de A Real Pain pertenece completamente a Frédéric Chopin (1810-1849), cuya obra, cargada de melancolía, imprime una atmósfera nostálgica y meditabunda. Las baladas, estudios y nocturnos del compositor polaco, que murió de tuberculosis, se integran perfectamente en el paisaje emocional del filme, reforzando la conexión con el zeitgeist. Curiosamente esta música parece acercar más la película a la esfera de social media (a la cual critica todo el tiempo) asemejándose a esos videos turísticos, publicados por usuarios de redes, en los que prima lo instrumental mientras vemos los lugares más representativos de Varsovia. Toda la película debe verse como el travelogue (bitácora de viaje) de un inventario de sitios que presentan la mirada corporativa de las empresas turísticas contrapuesta con la visión ácida y sardónica de Benji que propone humanizar los trayectos y despojarlos de la información superflua que tiende a esconder la realidad. Nada mejor que la escena en la que el joven newyorker le pregunta al guía dónde diablos están los polacos, por qué en ningún momento hay interacción con ciudadanos locales. Este cuestionamiento es certero porque ataca a la mismísima burbuja que crean las agencias de viajes para proteger a sus clientes de la realidad.

El reconocimiento a la película llegó con dos importantes nominaciones al Oscar: Mejor Guion Original para Jesse Eisenberg y Mejor Actor Secundario para Kieran Culkin. El guion brilla por su combinación de humor negro y reflexiones existenciales, mientras que Culkin ofrece una interpretación sensible y dolorosa, alternando entre la burla y la vulnerabilidad con una precisión asombrosa. Oscar seguro para este actor que ya mostró su talento único en la serie de HBO, Succesion.

La película se estrena en Ecuador justo en medio de algunas coordenadas históricas que merecen ser enumeradas: el conflicto belico en la franja de Gaza, el auge de un creciente antisemitismo, la deportación masiva de migrantes por parte del gobierno de Trump y el octogésimo aniversario de la caída de Auschwitz. Estamos en una época en la que la intolerancia y el odio racial imperan. Nunca antes se ha vivido en un mundo más inseguro, tan marcado por el desdén hacia el Otro. La efemérides del campo de concentración, que tuvo la mayor cantidad de prisioneros y de muertos durante la segunda guerra mundial, nos ha recordado, junto con este filme, que los seres humanos somos (perdón por el lugar común) más frágiles y fugaces que nunca. Basta con recordar la escena en la que los primos entran a una cámara en la que gaseaban a los prisioneros. Aunque esta acción tiene lugar en el museo-campo de concentración de Majdanek, pudo haber sido Auschwitz, Dachau, Austerlitz o cualquier otro lugar de exterminación.

Sin efectos especiales, pletórica de humanidad y reflexiones existenciales, con una duración de apenas 90 minutos y un diseño de producción sin espectacularidades, A Real Pain, coproducida por Emma Stone y el mismo Eisenberg, se consagra como el mejor filme del año, sin números musicales, persecuciones o monstruos sustanciosos. Su verdadero valor reside en ser un documento audiovisual sobre temas universales como la vida, la muerte, el Holocausto y la necesidad de tolerancia. Eisenberg ha entregado una obra profunda y conmovedora, demostrando que el cine no necesita de artificios para dejar una huella imperecedera. Una pequeña película con una gran sombra histórica.