«Y entonces el Califa le dijo a Scherezada: "Cuéntame una película que me ayude a pasar la noche"».

Archivo para febrero, 2025

EL NARCOMUSICAL QUEER EMILIA PÉREZ



Jacques Audiard (París, 1952), veterano cineasta francés que ha sido ampliamente reconocido por su habilidad para explorar la condición humana y las complejidades sociales, da un giro radical en su carrera con Emilia Pérez, un musical producido por Netflix que invirtió 26 millones de euros, 11 millones más de lo que ya gastó en Roma (2018) de Alfonso Cuarón. Tanto dinero para no lograr calar en el gusto de las audiencias. Al menos así lo dicen los sitios especializados. Según los rankings de IMDB (internet movie data base), el filme no goza de los favores de la audiencia: 6,2% en USA y 3,5% en México. En la red social de cinéfilos, Letterboxd, tiene apenas un 2,2%. Cada año Netflix lanza un caballo de carreras para la competencia del Óscar, y nosotros los suscriptores somos los que pagamos esas producciones. Esa obsesión de Netflix por ganar el premio a la mejor película ya lo transitaron los siguientes filmes en años anteriores: El Irlandés (2019), Historia de un Matrimonio (2019), Mank (2020), El Poder del Perro (2021), No Mires Arriba (2021) o Maestro (2023). En un mes sabremos si el narcomusical queer logra romper la maldición anual.

Audiard, que a sus 72 años lo ha ganado todo en Europa, tiene una trayectoria envidiable que incluye filmes como Un prophète (2009) –ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes y nominada al Oscar–, y Dheepan (2015), que obtuvo la Palma de Oro. Esta última película resultó una revelación por el magisterio del director para crear un docudrama muy genuino sobre migrantes de Sri Lanka en los suburbios de París. No se queda atrás The Sisters Brothers (2018), un western descarnado, con Joaquin Phoenix y John C. Reilly en los roles protagónicos como los hermanos forajidos, de apellido SIsters, que van sembrando el terror por doquiera que van. Memorable también es Un héroe muy discreto (1996), con Mathieu Kassovitz en el rol del impostor que forja información biográfica que lo lleva a ser venerado como un líder de la resistencia antinazi. Tan grande es la ambición estética de este venerable realizador que ahora se atreve con un nuevo género, el musical.

La colaboración, que el septuagenario Audiard ha hecho con Netflix, refleja la apuesta de la plataforma por un cine de alto presupuesto que combina elementos comerciales con una supuesta innovación artística, aunque con un formato claramente influido por los parámetros industriales de un modelo de distribución global. Pese a este prestigio, las salas de cine en Guayaquil lucen prácticamente vacías con pocos espectadores interesados. Seguramente los que no han ido están esperando que la estrenen en la plataforma Netflix de Latinoamérica.

El director viajó algunas veces a México, con su equipo de producción, buscando locaciones para su musical, pero desistió al no encontrar lugares que lo satisficieran. Lo que sí hizo fue filmar algunas calles para poder usarlas como gigantografías de fondo. Por esta razón, decidió hacer un filme en modalidad de sound stage, grabando todo en interiores y con back projections (pantallas que proyectan imágenes). En lo referente a la parte musical decidió que los actores hicieran lip synch de grabaciones previamente realizadas por ellos.

El musical aborda temas de género, justicia y redención con un enfoque estilístico peculiar que ha polarizado a la crítica. Desde su estreno, ha logrado 13 nominaciones al Oscar (es el filme extranjero con la mayor cantidad de nominaciones en la historia del premio), incluyendo las categorías de Mejor Película y Mejor Actriz, y se ha alzado con premios internacionales como el Globo de Oro a mejor comedia o musical, además de tener éxito en festivales como Berlín y Venecia, consolidando su impacto europeo.

Parte del éxito del filme es el contexto problemático que toca: el mundo del narcotráfico, además del asunto de la transexualidad. El hecho de que Donald Trump sea el nuevo inquilino de la Casa Blanca, desde enero de 2024, constituye también una coyuntura: todo el odio racial (más la transfobia) proyectado por el segundo periodo del mandatario, es un caldo de cultivo donde se fermenta toda una resistencia. Ese contravenir la norma es lo que hace del filme algo que hay que ver y de lo que se debe hablar.

El centro de la discusión es y será la actriz española Karla Sofía García Gascón (que en su etapa anterior de vida fue actor de películas como Nosotros los nobles (2013) o telenovelas como Corazón salvaje (2009). Ella inclusive escribió un libro (disponible en Google Books), titulado Karsia, una historia extraordinaria (Ediciones Urano, 2018) en el que cuenta en clave ficcional su viaje de transformación. Desde el año de la publicación de tal obra se asume públicamente con el nombre que la acredita profesionalmente.

En el mes de enero estalló una polémica alrededor de unas publicaciones en social media que la actriz hizo años atrás. Si su libro daba fe de su ansiedad de ser escritora (muy mala, por cierto), su cuenta de Twitter resultó ser un dietario en el que la actriz pontificaba con desparpajo sobre cualquier tema que le venía en gana. Después de ganar premios internacionales por Emilia Pérez, como mejor actriz, una estrategia lógica era que la actriz purgara la línea de tiempo de su cuenta de X, pero no fue así: empezaron a aparecer mensajes de odio contra el Islam («foco de infección para la humanidad que hay que curar urgentemente»), George Floyd («un drogata estafador»), Selena Gómez («es una rata rica que se hace la pobre») y la vacuna contra el Covid 19 (“la vacuna china, aparte del chip obligatorio, viene con dos rollitos de primavera”). También se encontró una publicación contra los Premios Oscar («una gala fea fea»).

A renglón seguido, la actriz arremetió contra los detractores que supuestamente tiene alrededor del equipo de producción de I’m still here (Ainda Estou Aqui) de Walter Salles. Acusó al equipo de redes sociales del filme brasileño de publicar comentarios contra ella y el filme de Audiard. Las reglas de la Academia de Hollywood son muy claras: durante la carrera por el Oscar no se puede hablar mal de una película o de quienes trabajan en ella. En tal caso, el odio que señala Karla Sofía Gascón en los demás es el que ella ha generado, en el pasado, contra un gran un número de personas e instituciones. Todo esto abre el camino para que la norteamericana Demi Moore (protagonista de The Substance) gane la estatuilla con la brasileña Fernanda Torres (I’m still here) como segunda favorita.

Este asunto no deja de causar asombro en términos empresariales: cómo el departamento de relaciones públicas de una gran corporación como Netflix no destinó una mínima parte de su gran presupuesto a manejar la imagen de la actriz española. Otro habría sido el destino de este filme en premios y festivales si se hubiera hecho un monitoreo de las cuentas sociales de la actriz (y de sus entrevistas) para eliminar cualquier exabrupto que pudiera perjudicar a la circulación del filme. Habrá que ver cómo se resuelven cuatro temas mediáticos: la actriz debería ir a todas las ceremonias de premios a los que está nominada, debe asistir a una mesa redonda previa que siempre hacen los nominados, debe atender (perdón el gringuismo) a una cena con todos los candidatos y, por último, debe afrontar la noche de la premiación en la que cinco actrices que han ganado previamente el Óscar deben presentar a las candidatas.

Estos errores no disminuyen sus aportes al filme y tampoco minimizan los logros de la actriz española por la comunidad LGTBIQ. En España ha recibido el premio Arcoíris del ministerio de la igualdad del gobierno español y el premio Trailblazer de la prestigiosa revista Elle. Hasta ahora su logro más importante es la Orden de las Artes y las Letras impuesta por el ministerio de cultura del gobierno francés.

Quizá la actriz está mejor como Manitas del Monte y su retrato apabullante del narco sin escrúpulos. Su voz, su rostro, sus gestos, su maquillaje dan vida a un narco desalmado. Ver después a la actriz, transformada en Emilia Pérez plantea una boutade que va demasiado lejos cuando ella maltrata a Selena Gómez diciéndole que no se llevará a sus hijos (momento en el que Jessie confiesa que se va a ir con otro hombre que también es narco). Es como si lo trans reculara hacia un estado masculino que se ve en su lenguaje corporal y se escucha en su repentino vozarrón.

Para abonar la polémica el cineasta Audiard también ha sido víctima de la policía de Internet. Han salido a luz declaraciones descontextualizadas sobre el idioma en el que fue rodado su musical: “es un idioma de países emergentes, de países modestos, de gente pobre y migrantes”. Estas afirmaciones las hizo, a fines de 2024, en francés, y han sido vistas como un supuesto ataque a una de las lenguas más usadas en el mundo. Ataques realmente fuera de lugar si tomamos en cuenta que Audiard ha filmado en cingalés e inglés, ampliando su abanico lingüístico al hacer un filme en español.

Lo anterior no quita que haya pasajes en Emilia Pérez que parecen pasados por la aplicación de Translate Google. Basta con citar a Selena Gómez que en vez de decir «de nada», masculla un «bienvenida». Está también el uso incorrecto de la palabra «buen». Por lo general, a ese vocablo se le añade un sustantivo. No sucede así en la película. Aparece «buen» de manera solitaria sin que nadie complete la frase. Otros errores que aparecen son los siguientes: se aprecia en un letrero enorme que dice «Tribunal del distrito federal». El DF desapareció como nomenclatura en 2017 para rebautizar la capital como CDM o Ciudad de México. También aparece un letrero que dice «cárcel» para designar a la prisión cuando sabemos que ninguna de esas instituciones lleva ese rótulo.


Vamos ahora con las otras actuaciones. Selena Gómez, de padre mexicano, quien interpreta a Jessie, la esposa de Manitas del Monte, ha enfrentado críticas debido a su marcado acento estadounidense. Su personaje interpola algunas frases breves en inglés y el español es el idioma que se ve forzada a usar porque es el que hablan en el círculo del narcotráfico. A Giancarlo Exposito, y su personaje de Gustavo Fring, se le tolera su pésimo español en la serie Breaking Bad, pero a Sofía Vergara se la crucifica por una supuesta desconexión sintáctica y taras en la pronunciación durante su primera etapa en Estados Unidos. Ambos ejemplos evidencian un problema cultural: no se puede satisfacer ni a los anglófilos ni a los hispanófilos. Sin embargo, uno pensaría que por tratarse de Selena Gómez por lo menos la canción «Mi camino» va a estar interpretada de manera correcta. El resultado es una balada a lo Fey en la que su español tampoco suena muy correcto. En contraste, Adriana Paz, en el papel de Epifanía, destaca por su capacidad para aportar profundidad y credibilidad al reparto, siendo la única actriz azteca en una película que se desarrolla en un contexto cultural mexicano. Y canta mejor que Selena Gómez.

La gran revelación es Zoe Saldaña, actriz de origen dominicano (así lo dice su personaje dos veces en la pantalla) que deslumbra por sus dotes vocales y por su background de ballet clásico que la ayuda en sus números musicales. La abogada Rita Mora Castro es un personaje de armas tomar que logra organizar de manera expedita la nueva vida de Manitas del Monte; luego será la segunda de a bordo de la fundación que Emilia crea para asistir a las víctimas del narcotráfico.


La banda sonora, compuesta por Camille y Clément Ducal, es la que realmente merece la categoría de trans, pues se trata de uno de los puntos supuestamente más elogiados de la película. Es una mescolanza transcultural de géneros como hip-hop, pop, rock, ópera, música electrónica, techno, punk, rap y balada, que intenta crear un universo sonoro vibrante. Camille (París, 1978) es una música importante de la escena vanguardista francesa. Su trabajo llamó la atención de Disney que la contrató para musicalizar la secuencia de créditos de Ratatouille (2007). Hans Zimmer la llamó para que componga una canción para El principito (2015). Su consagración ha sido el Globo de Oro para la canción “El mal” de Emilia Pérez.

El diseño de producción de Emanuelle Duplay y la dirección de arte de Virginie Montel reflejan la estética extravagante y colorida del musical, aunque la falta de consultores mexicanos en los estudios Bry-sur-Marne ha sido evidente en la representación superficial del entorno cultural. Este aspecto ha suscitado críticas por la desconexión entre la puesta en escena y las realidades del contexto mexicano.

El guion también presenta grietas: desde la incredulidad que genera ver al personaje de Selena Gómez no reconocer a su marido (al que no ha visto en años) convertido en transexual, la audacia narrativa de cambiar de sexo a un narcotraficante, o el improbable arco redentor de Emilia al crear una fundación para las víctimas que él mismo generó como líder criminal. Estas inconsistencias han sido señaladas como problemáticas para el desarrollo narrativo y nos han hecho acuerdo de Hanna Arendt quien fue muy clara al hablar de la banalidad del mal. La pregunta es muy simple: ¿Se puede banalizar la desaparición forzada de personas? La respuesta para Audiard parecería ser que sí.

A pesar de sus efectos y defectos, Emilia Pérez representa un paso audaz para el cine contemporáneo al abordar temas controversiales como el narcotráfico y la identidad de género en un formato popular. Netflix, por su parte, ha logrado convertir la película en un fenómeno cultural, pero no en un éxito económico o de crítica, ya que no ha recuperado ni siquiera la mitad de lo invertido. Pese a esto es irrelevante cuantos premios Oscar le den o le quiten en marzo. Siempre será recordada como el filme que nos hizo discutir sobre lo queer, lo narco y lo trans.

KAREN BLIXEN, LA CUENTISTA INMORTAL

La serie Drømmeren – Karen Blixen bliver til (2022), algo así como Los soñadores: Karen Blixen cobra vida, distribuida como Memorias de una escritora y disponible en la plataforma Filmin, se compone de seis capítulos de 45 minutos que exploran la transformación de Karen Christenze Dinesen, también conocida como la Baronesa Karen Christenze von Blixen-Finecke (1885-1962), en la contadora de historias referencial, Isak Dinesen, la narradora oral por excelencia (como lo cuentan sus biógrafos), capaz de cautivar durante horas a un grupo pequeño de personas o a un vasto auditorio. Su talento narrativo oscila entre lo mejor de las tradiciones orales africanas y los cuentos de Hans Christian Anderssen.

A la serie no le interesa los estudios de Karen en la Royal Academy of Fine Arts en Copenhague, a la que entró en 1903, a la edad de 18 años, con la férrea oposición de su madre. Después de cinco semestres de estudiar técnicas pictóricas, la inquieta joven se decide por la literatura. En 1907 publica sus primeros experimentos literarios con el seudónimo de Osceola, un nombre nativo norteamericano tomado de la experiencia de su padre en Norteamérica. En 1909, conoce al Barón Hans von Blixen-Finecke por el que siente un gran interés sentimental. Al no tener reciprocidad por ese sentimiento se involucra con su hermano gemelo, Bror, con quien contrae matrimonio en 1912 cuando contaba con 27 años. Al año siguiente se muda a Kenia con su esposo. Bro va primero a Kenia, que era un protectorado europeo (en 1920 se convertiría en colonia británica), y compra la la granja con dinero de la familia de Karen que llega en enero de 1914. En 1925, después de cuatro años de separación, Karen se divorcia oficialmente de Bror. Con la muerte, en 1931, de su amante, Denys Finch Hatton (interpretado por Robert Redford en el filme de Sidney Pollack), Karen decide que no hay ningún motivo para alargar más su ciclo africano de casi dos décadas.

En el primer episodio, la escritora tiene 46 años y se muestra su regreso a Rungstenlund, en la costa norte de Copehangue, después de 17 años en Kenia, devastada física y emocionalmente. En el segundo capítulo, vemos sus esfuerzos por recuperar su salud y decidir su futuro, mientras lucha contra la sífilis y los problemas económicos. El tercero introduce los conflictos familiares, especialmente con su madre y sus hermanos, quienes no comprenden su ambición literaria. El cuarto capítulo aborda el difícil proceso de escribir Siete cuentos góticos y encontrar un editor en Europa, mientras que el quinto detalla los retos de traducir su obra al danés y sus choques con la industria editorial. Finalmente, el sexto episodio culmina con la publicación de Memorias de África, marcando su consagración en Dinamarca y su éxito internacional.

La serie subraya la relevancia de Karen Blixen, una escritora cuya habilidad para contar historias ha trascendido generaciones por su sencillez y naturalidad, a menudo comparada con la Scherezade de Las mil noches y una. Blixen creó relatos memorables, con un tono particular que proyectaba un claro placer por narrar, textos que inspiraron clásicos del cine como La fiesta de Babette (1987) de Gabriel Axel, África mía (1985) de Sidney Pollack y La historia inmortal (1968) de Orson Welles.

La transición de Blixen hacia la escritura fue todo menos sencilla. Tras regresar de Kenia (país en el que estuvo 18 años), donde se dedicó a una planta de cultivo de café, se enfrentó a una precaria situación económica al no tener un empleo; además, cargaba con el peso de la comparación dentro de su propia familia, que ya contaba con dos escritoras: su tía Bess y su hermana Ellen. Estas dificultades iniciales reflejan no solo su lucha personal, sino también la complejidad de forjarse un camino en un mundo dominado por los hombres y por las expectativas familiares.

Uno de los puntos clave de la serie es el mostrar la dificultad de publicar su ópera prima, Siete cuentos góticos, con el seudónimo de Isak Dinesen (nombre sugerido por una sobrina). La serie nos muestra cómo empieza su ordalía al escoger el idioma inglés para escribir su primera obra que será publicada en Estados Unidos en 1934. Caramente decidor resulta escuchar al personaje decir que ha escogido esa lengua «para llegar a un público más amplio». Al ser cuestionada por la tía, lanza una respuesta poderosa: «Tal vez la facilidad está sobrevalorada. Siempre hay que elegir el camino más difícil». A partir de esta decisión tiene que superar numerosos rechazos antes de encontrar un editor en Nueva York, donde fue recibida finalmente con entusiasmo. La serie da cuenta del esfuerzo que le significó su viaje a Londres y sus intentos fallidos de convencer al editor de Putnam Books (la más grande de las editoriales europeas en ese entonces), reflejando las barreras a las que se enfrentaban las mujeres escritoras en esa época.

La publicación danesa (un año después de la norteamericana) de Siete cuentos góticos, en 1935, se convierte inmediatamente en otro obstáculo. Su cuñado, Knud, dueño de una prestigiosa editorial, decide asumir el proyecto, pero el traductor asignado no logra captar los matices de la obra. La ironía y el humor, la fluidez y la magia retórica, tan características de Blixen, se pierden en la versión inicial. Tras un enfrentamiento con el editor y la necesidad de indemnizar al traductor, Blixen y su hermana toman el control de la traducción, demostrando compromiso con la integridad de su obra.

Sin embargo, la editorial de su cuñado no le brinda a Blixen el mismo apoyo mediático que da a sus escritores varones, lo que frena el impacto de Siete cuentos góticos en Dinamarca. Esto la lleva a recurrir a otra casa danesa de publicaciones que publicará Memorias de África en 1937, con el título original de De Afrikanske Farm (parece ser que el título en ingļés Out of Africa lo puso Blixen en alusión a un poema en prosa que ella tenía escrito con el rótulo de Ex Africa desde 1915, año en que regresó brevemente a Dinamarca para tratarse la sífilis que le había contagiado su esposo). El libro no solo permite que su carrera despegue en Europa, sino que también la convierte en una figura respetada en su tierra natal, marcando el punto de inflexión definitivo en su trayectoria.

La relación con su madre, que la apoyó desde la infancia, es otro de los pilares emocionales de la serie. La muerte de esta provoca una profunda crisis en Blixen, quien, a pesar de los roces con sus hermanos, sueña con transformar la mansión familiar en una residencia para escritores. Esta lucha por honrar el legado materno es una de las mejores subtramas, mostrando la dimensión humana detrás de la escritora.

El título de la serie, Drømmeren (Los soñadores), hace referencia al cuento homónimo de Siete cuentos góticos. Este relato, protagonizado por figuras inspiradas en Denys Finch Hatton, el gran amor de Blixen en África, y su madre, se convierte en un leitmotiv. La serie entrelaza fragmentos de este cuento a lo largo de sus capítulos, logrando un contrapunto entre ficción y realidad biográfica.

Los valores de producción son fundamentales en esta serie. La creadora Dunja Gry y la directora Jeanette Nordahl logran un retrato íntimo y visualmente cautivador, potenciado por la música evocadora de Yves Gourmeur y Martin Dirkov y la fotografía exquisita de Aske Foss. Cada plano captura la atmósfera melancólica y nostálgica que define la vida y obra de Blixen.

En muchos aspectos, la serie funciona como una secuela espiritual de África mía de Sidney Pollack. La influencia de esta película se siente en la iluminación, el diseño de producción y la caracterización de los personajes, estableciendo un diálogo implícito con el simbólico film de 1985. Esto no solo homenajea a la película, sino que enriquece la experiencia de quienes conocen ambas obras.

El problema algo silenciado por la serie es la sífilis, un mal que había llevado a su padre a suicidarse en 1895 (hecho al que se hace alusión). Aunque se la ve tomando arsénico en algunas ocasiones, no se presenta el mal en toda su dimensión. Sí, hay escenas de dolor, recaídas o desmayos; se responsabiliza al marido promiscuo y putañero con el que vivió en África, pero al final no se analiza el problema del sedentarismo al que su mal la obliga. Quizá las escenas más cuestionables sean las de las alucinaciones en las que Karen habla con Denys Finch Hatton o con su esposo, el Barón Blixen. Una mujer con sífilis no puede vivir como una nómada. Una carrera literaria internacional, que le exige muchos viajes, será algo que siempre se irá posponiendo. Su vida siempre estará atada a Rungstenlund, su lugar natal.

Finalmente, Connie Nielsen (la heroína de Gladiador I y II de Ridley Scott) ofrece una actuación más que correcta como Karen Blixen. Su interpretación captura las múltiples aristas de la escritora: su fragilidad, su resiliencia y su genio creativo. Con una combinación de elegancia y fuerza, Nielsen (oscilando entre el danés y el inglés) logra dar vida a un personaje complejo, nos hace olvidar un rato a Meryl Streep y consolida Memorias de una escritora como una serie imprescindible para los que amamos la literatura y el cine.

DOS APÉNDICES

El pacto (2021) de Bille August (1948) es un filme que explora un polémico episodio en la vida de Karen Blixen (1885-1962). A sus 63 años tiene ya convertida su casona, en Rungstenlund, al norte de Copenhague, en una residencia de escritores. Toma, a fines de los años 1940, bajo su ala, al poeta Thorkild Bjørnvig (1918-2004) de 29. Blixen le promete el Olimpo con una condición: tiene que dejar a su joven y adorable esposa, y a su hijo de cuatro años. Es condición obligatoria el mudarse a vivir en la residencia y dedicarse completamente a la escritura. Es un trama con un Fausto femenino que acaba mal después de dos años de convivencia. El filme no disecciona la dinámica de la relación, entre un profesor y su alumno, más bien parece ser la comunicación entre un sponsor y su cliente, basada en la imposición y la verticalidad.

Sin ponerse melodramática, la película muestra lo que es un joven escritor que se deja embrujar por alguien del estatus de la entonces candidata al Nobel y que ya era una celebridad por sus memorias africanas y sus cuentos casi perfectos. El interés de la mujer mayor por el joven literato es evidente, y está el condimento mórbido de la sífilis que padecía la escritora que obliga a la relación a ser esencialmente platónica. El mal contraído por su exesposo putañero le impide tener relaciones sentimentales o físicas, pero eso no hace que se haga para atrás a la hora de plantearle al joven bardo una relación ambigüa basada en el sometimiento. Por eso los celos son justificados cuando Blixen presencia coqueteos entre Thorkild Bjørnvig y su sobrina. Es el principio de la ruptura del pacto faústico: Blixen se hace una punzada en uno de sus dedos y pide actualizar el contrato con un juramento de sangre al que el joven se niega. Como despedida el poeta, en una especie de beso de la muerte, une su boca con la de su mentora causando estupor en ella. Bjørnvig vuelve con su familia y emprende una vida sin las tentaciones de un Diablo que le prometió la fortuna y el prestigio literario. Parecería que el joven no necesitó del mecenazgo de Blixen ya que en la actualidad es reconocido como parte del canon literario danés, lo que se dice una gloria nacional, un referente por derecho propio.

El otro filme que comentaremos con la misma brevedad de la anterior es Karen (2020) de María Pérez Pérez Sanz que se basa en la estancia de Blixen en el África entre 1913 y 1931. En apenas 65 minutos de metraje la directora española logra recrear una relación que dista mucho del enfermizo ligazón que explora la película de August. Sesenta minutos hablados en puro español que nos llevan a los últimos años de la etapa africana de la futura escritora, en las colinas de Ngong, con su criado somalí Farah Aden. La gran revelación de este modesto filme es el protagonismo de Christina Rosenvinge que, por su ascendencia danesa, es supuestamente correcta para interpretar a Blixen, además de tener a su cargo la música incidental del filme (destaca la canción «My Life again», interpretada por la misma cantante).

Otra opción arriesgada es la decisión del diseño de producción para convertir paisajes de Extremadura en africanos. Pero el gran problema con el filme no es el idioma o los parajes que intentan parecerse a los de África, la gran dificultad es la falta de tensión narrativa. No basta con poner a los actores principales con los atuendos precisos. La intención de sumergirnos en la cotidianidad de Blixen es agobiante. Se queda en la intención y al obligarnos a la inmersión en el día a día, sobre todo en esas viñetas contemplativas que no son para nada envolventes. Por esta razón los espectadores se ahogan. Los personajes se quedan nadando en sus conversaciones sobre temas triviales como las Pléyades, las cuentas de la casona, los problemas de traducción con los nativos, la sequía, el contrapunto entre las creencias religiosas (ella le hace alguna broma el hecho de ser musulmán) y anécdotas demasiado personales (como el sueño del camaleón que le cuenta a su criado) que parecen ser insertadas para alargar el metraje como plastilina.

En la segunda mitad del largometraje hay un curioso homenaje a la escena de Robert Redford lavándole el cabello a Meryl Streep, en el filme de 1985. Esta vez la escritora recibe el mismo tratamiento de parte de su criado quien termina también peinándola (es el momento en el que le cuenta el extraño sueño del camaleón). Otro gran desacierto es la ausencia de la literatura: no aparece la Karen contadora de historias, no se aprecia aún la voluntad de escritura. Es un filme que sería olvidable si no fuera por la presencia de Cristina Rosenvinge quien no tiene la culpa del guion inocuo. No hay un aporte nuevo al mito de Karen Blixen. Las imágenes finales en la casa-museo de Blixen nos enseñan algunos de sus objetos más preciados. Aparece su legendaria maquina de escribir, marca Corona, con una hoja mecanografiada por ella. Habríamos querido que ese plano tenga una duración más extensa.