EL FINAL DE LA FRANQUICIA MISIÓN: IMPOSIBLE O EL CREPÚSCULO DE UN ÍDOLO

La octava entrega de la franquicia Misión: Imposible (así con los dos puntitos entre cada palabra) marca un punto de inflexión no solo en la segunda saga cinematográfica más longeva del cine de acción contemporáneo (29 años), sino también en la carrera de Tom Cruise, figura que ha redefinido los estándares del espectáculo comercial durante las últimas tres décadas. Desde que Brian De Palma inaugurara esta serie en 1996 con una película que revolucionó el thriller de espionaje, la franquicia ha evolucionado hasta convertirse en el paradigma del cine de acción moderno, estableciendo un legado técnico y narrativo que ha influenciado toda una generación de realizadores.
La importancia de Misión: Imposible en la historia del cine trasciende sus cifras de taquilla. John Woo con la segunda entrega, en el año 2000, introdujo la coreografía de acción como ballet visual; J.J. Abrams aportó la intimidad emocional en la tercera del 2006; Brad Bird, en el 2011, demostró que la animación y la acción real podían fusionarse conceptualmente en Ghost Protocol (mi favorita entre todas); Christopher McQuarrie (Oscar al mejor guion original por The Usual Suspects) ha sido el arquitecto de las tres últimas entregas, construyendo una mitología que culmina ahora con Sentencia Final que es el título de distribución en español de Dead Reckoning. Esta progresión representa la evolución del blockbuster moderno: de la alta tecnología de los noventa del siglo anterior hasta la sofisticación narrativa contemporánea repleta de dispositivos digitales.
Sentencia Final despliega una maestría técnica que sitúa al filme en la cúspide del cine comercial como show mediático. La partitura de Lorne Balfe retoma los motivos clásicos del argentino Lalo Schifrin mientras incorpora texturas sonoras que amplifican la tensión dramática. La dirección de arte de Guy Hendrix Dyas construye universos visuales que van desde la austeridad tecnológica de los centros de comando hasta la opulencia decadente de las ciudades europeas. El diseño de producción abraza la globalización como elemento narrativo: las locaciones se extienden desde los fiordos noruegos hasta las metrópolis asiáticas, convirtiendo al mundo entero en el tablero de juego de Ethan Hunt.
Las secuencias de acción constituyen el corazón palpitante del filme. La inmersión submarina en las aguas gélidas del mar Báltico alcanza niveles de verosimilitud que rozan lo documental, mientras que el enfrentamiento aéreo final establece nuevos estándares para las peleas entre aeronaves (aquí deja la vara muy alta el señor «Cruz»). Estas secuencias representan (no me perdonen la hipérbole) lo mejor que ha dado el cine de acción en toda su historia, fusionando la precisión técnica con la espectacularidad visual de manera magistral.
Tom Cruise ha devenido en una de las figuras de acción más importantes de los últimos años, no solo por su longevidad (ya cuenta con 62 abriles) sino por su compromiso físico absoluto con cada interpretación. El hecho de que él mismo ejecute sus escenas de acción, sin recurrir a dobles, otorga a su performance una autenticidad que el público percibe visceralmente. Cada salto, cada persecución, cada acrobacia lleva la firma corporal del actor, convirtiendo sus filmes en testimonios tanto de resistencia física como de entretenimiento.
Misión: Imposible no constituye el único aporte de Cruise a la historia del cine de acción. Top Gun: Maverick (2022) revitalizó el género y puso en la palestra técnicas de filmación revolucionarias para las escenas de combate aéreo entre Super Hornets F/A-18 E/F. Desde Wings, la primera película ganadora del Oscar en 1927, no se habían rodado peleas aéreas con tanta verosimilitud, instalando cámaras dentro de las cabinas reales y sometiendo a los actores a las fuerzas G auténticas del vuelo supersónico. Así de histórica fue esta película.
El mito literario de Dorian Gray le queda corto a un Tom Cruise que, aunque reacio a envejecer por los papeles que escoge, insiste en seguir ejecutando personalmente las proezas físicas y acrobáticas que sus personajes exigen. Muy difundido es el video durante la filmación de Fallout en 2018, donde el actor salta de una azotea a otra y se fractura literalmente el talón. Lo insólito resulta observar cómo, de manera profesional, continúa corriendo mientras su pie desmembrado cuelga literalmente: una imagen que condensa la obsesión del actor por la autenticidad física de sus interpretaciones.
Como contrapeso a su magnetismo cinematográfico, resulta imposible soslayar cuán desagradable es Tom Cruise como persona. Numerosos videos documentan el maltrato a periodistas que lo han entrevistado, revelando un temperamento autoritario que contrasta violentamente con su imagen pública (ver el vídeo en el que manda a la punta de un cuerno a un periodista inglés que se atreve a preguntarle sobre su exesposa Nicole Kidman). Su adhesión al culto de la cienciología es su talón de Aquiles que ha marcado su vida personal y profesional de manera indeleble.
La prensa del corazón (perdón por caer tan bajo como crítico de cine) documentó cómo su segunda esposa, Katie Holmes, escapó de una relación de dominio psicológico. Paradigmática resulta la entrevista donde el actor, de manera matonil, tacha de ignorante de la historia de la psiquiatría a un periodista inglés, exhibiendo el fanatismo sectario que caracteriza a los seguidores de la cienciología.
Para intentar borrar este estilo, Cruise ya no permite que se le pregunte sobre la religión que profesa o sobre su vida privada. Ha construido una imagen de magnate preocupado por el estado de salud del cine contemporáneo, multiplicando las declaraciones públicas donde invita a la gente a ver cine en salas, mostrando su desacuerdo con las plataformas de streaming. Durante la pandemia, la imagen de Cruise con mascarilla yendo al cine a ver Tenet de Christopher Nolan dio la vuelta al mundo. Ahora, al calor del estreno de Sentencia Final, ha promocionado el filme de carreras automovilísticas de Brad Pitt, invitando al público a experimentar el cine en pantalla grande (aunque sus detractores apuntan que es un paso más en su estrategia de lavado de imagen por los roces que tuvo con Pitt durante la filmación de Entrevista con el vampiro).
Estas declaraciones de preocupado por el séptimo arte no se sienten genuinas, sino forzadas, porque constituyen un intento de reingeniería de imagen de un artista siempre egocéntrico y con fama de autoritario. Durante la pandemia, por ejemplo, circularon supuestas grabaciones donde el actor le gritaba al equipo de filmación sobre la necesidad de terminar el filme pese a la emergencia sanitaria.
La vida sentimental del actor tampoco favorece su imagen pública. Se le atribuye una relación con cada una de sus co-protagonistas femeninas, convirtiendo sus rodajes en tabloides sentimentales (resulta realmente pertubadora la imagen del actor saltando en el 2005, en el sofá del show de Oprah Winfrey, celebrando su compromiso con Katie Holmes). Memorable resulta una entrevista de James Lipton en el año 2004, en The Actor’s Studio (episodio 7, temporada 10), donde al preguntársele sobre su palabra procaz favorita, responde «Joder» como si el español fuera su segunda lengua, un guiño impostado a su entonces pareja, Penélope Cruz, que evidencia la artificialidad constante de un artista que siempre ha pretendido ser lo que no es (¿y acaso eso no ser actor?).
Después de conquistar el mundo de la taquilla, Cruise dará rienda suelta a su obsesión por ganar el Oscar de la Academia, premio para el que ya ha sido nominado una vez como productor (Top Gun: Maverick) y tres como actor (Magnolia, Jerry Maguire y Nacido el 4 de julio). Esta búsqueda del reconocimiento académico revela la inseguridad artística que subyace bajo la fachada del showman consumado.
Volviendo a la película que nos ocupa. La última entrega de Misión: Imposible se parece inquietantemente a la última aventura de James Bond. Las forzadas alusiones a la Misión: Imposible original de 1996 constituyen parte de la impostura nostálgica de Cruise. Mientras el personaje de Daniel Craig muere en No Time to Die (2021), el Ethan Hunt de Tom Cruise se resiste a morir. Es el pacto con Dorian Gray hecho carne cinematográfica.
No por nada Cruise elige como antagonista a un actor latino de su misma edad (62 años) que se mantiene lozano y sin arrugas: Esai Morales, como si la película fuera un espejo donde contemplar su propia resistencia al tiempo.
La Misión: Imposible previa resultaba superior a esta entrega final. El gran defecto del guion radica en la sobreexplicación que los personajes hacen sobre la naturaleza y funcionamiento de la Entidad, un dispositivo que recuerda al Aleph de Borges y que supuestamente controla a toda la humanidad. Cuando los personajes abundan en disquisiciones tecnológicas sobre el aparato, todo el esfuerzo narrativo construido desde Dead Reckoning resulta ínfimo.
Las conexiones forzadas con la película original de Brian de Palma alcanzan el gesto amateur de revelar que el personaje interpretado por Shea Whigham es hijo de Jim Phelps (Jon Voight en la original), un recurso narrativo que evidencia la falta de ideas frescas para esta conclusión.
Dos secuencias de acción resultan rescatables y justifican por sí solas el precio de la entrada ($ 15 en VIP para función de IMAX): la inmersión submarina en las aguas gélidas del mar ártico en el archipiélago de Svalbard, donde la cámara captura la claustrofobia y el peligro real del entorno, y las peleas aéreas que cierran el filme, ejecutadas con una coreografía que eleva el vuelo acrobático a la categoría de arte cinético.
Sentencia Final ofrece tres horas (170 minutos, en realidad) de un espectáculo comercial meticulosamente manufacturado. La experiencia cinéfila implica permanecer al borde del asiento, pendiente del desenlace de cada desafío que enfrenta el protagonista. En este aspecto, la película cumple su función primaria: mantener al espectador en tensión constante mediante la precisión mecánica del suspense.
Queda pendiente el desafío del actor para ser visto en películas serias y menos comerciales. Se anuncia un proyecto con Alejandro González Iñárritu: veremos si consigue ese Oscar que le sigue siendo esquivo y que representaría la validación artística que su ego demanda.
Pese a todo lo negativo que destila la imagen de Cruise, este crítico quiere quedarse con la emotiva alocución que el actor ofreció en la ceremonia del Oscar de 2002, presentando un mini-documental de Errol Morris donde diversos entrevistados respondían por qué es importante el cine en sus vidas. Cruise hizo alusión al 11 de septiembre y nos entregó en tres minutos su autobiografía de cinéfilo, contando de manera emotiva qué películas fueron fundamentales durante cada década de su vida y en qué ciudad de Estados Unidos estaba cuando las vio.
Quizá eso sea lo que hace Cruise en su vida y en su carrera: buscar esa «pequeña magia» (así lo dijo en su speech de 2022) que nos ofrece un filme en la oscuridad de una sala. En ese momento de honestidad vulnerable, el actor trasciende su impostura habitual y conecta con la esencia genuina del amor al cine, sobre todo al confesar haber visto Odisea 2001 a los 8 años de edad. Tal vez esa búsqueda constante de la magia cinematográfica sea la única verdad auténtica en la construcción artificiosa de Tom Cruise, y quizá sea suficiente para redimir, al menos en la pantalla, las sombras del hombre que habita detrás del mito.



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