«Y entonces el Califa le dijo a Scherezada: "Cuéntame una película que me ayude a pasar la noche"».

Archivo para marzo, 2025

A SANGRE FRÍA EN FORMATO SOCIAL MEDIA

Adolescence, de Philip Barantini, con Stephen Graham como protagonista, es una serie de NETFLIX de apenas cuatro capítulos que emplea magistralmente la técnica del plano secuencia para sumergir al espectador en una narración singular. Este plano de larga duración es la unidad espacio-temporal que mejor representa las posibilidades expresivas del cine. La toma interminable logra sintetizar un lugar y un tiempo específicos, de tal forma que asistimos a un momento de realidad que no está mediado por el corte. De todos los planos existentes, este resulta el de mayor eficacia para transmitir un efecto de realidad que es lo que más persigue el cine. Este mismo recurso técnico, que también fue usado en Boiling Point, el drama de cocineros dirigido por el cineasta Barantini en el año 2021, en el que también colaboró con Stephen Graham, realza la narración al proporcionar una experiencia no depurada y en un presente continuo. En Adolescence, cada episodio se desarrolla a través de una toma que se interrumpe nada más para dar paso automáticamente al siguiente capítulo, metiendo al público de lleno en la vida de los personajes, y acompañándolos en la creciente tensión que rodea al trágico suceso.

Cada capítulo le hace un zoom in al drama cotidiano de la familia que cae en desgracia. Se escoge una hora crucial del día a día, y se ausculta con bisturí y escalpelo el pulso trágico de la situación. Cada episodio está tan bien filmado que es inevitable recordar la ironía de James Stewart cuando filmó La soga (1948) de Alfred Hitchcok, también rodada a través de un plano secuencia. Stewart comentó en voz alta, quejándose de las arduas semanas de entrenamiento, que la única persona que estaba en verdad ensayando era el camera man. Bromas aparte, la coreografía de la cámara está muy bien llevada y, como siempre sucede en este tipo de casos, se trata de una proeza tanto física como técnica. Gracias a este triunfo la serie nos hace recordar el plano secuencia más largo de la historia del cine que es El arca rusa (2002) de Aleksandr Sokurov, con 99 minutos de duración, y que tiene lugar dentro del Museo del Ermitage, en San Petersburgo. Aquí (no importa repetir este dato fundamental) son cuatro horas y cuatro planos secuencia.

La serie profundiza en temas contemporáneos como la dinámica familiar, la omnipresente influencia de las redes sociales y la búsqueda de la aceptación social en una pequeña ciudad británica. La familia de clase media, de apellido Miller, lidia con la acusación contra su hijo de 13 años, Jamie, por el asesinato a cuchilladas de una compañera de clase. La narración explora las desventajas del tiempo que nuestros hijos pasan ante una pantalla sin ningún control o monitoreo, y la exposición a contenidos nocivos en línea que pueden llevar a los jóvenes a hechos de sangre con algunas consecuencias devastadoras. Todo esto se pone en el tapete cuando los padres reflexionan sobre el posible papel que cumplieron (sin querer queriendo) en la debacle, reconociendo negligencia involuntaria. La hija también sufre en esta dinámica familiar ya que ella queda señalada como hermana del brutal asesino, y tiene que lidiar con la ausencia de su hermano como si este estuviera muerto.

La serie examina con seriedad el papel de las redes sociales como Instagram en la formación del comportamiento adolescente, enfatizando en cómo la búsqueda de validación a través de likes y emojis puede conducir a resultados peligrosos (curiosa la explicación que el niño le da a la psicóloga sobre el significado particular de los emoticonos en forma de frijol). La descripción del acoso y las presiones de la aceptación social se retratan con cruda autenticidad, arrojando luz sobre los retos a los que se enfrentan los adolescentes en la era digital actual. Las cofradías digitales, un tema tan en boga, se resumen aquí en la alusión de una secta virtual llamada Incel (adhesión incondicional de los adolescentes al celibato). En la conversación que tienen la psicóloga y el acusado, en el capitulo 3, se menciona sutilmente al influencer de extrema derecha, Andrew Tate, como el posible incitador de este tipo de crímenes de odio.

Stephen Graham ofrece una interpretación tan convincente de Eddie Miller, un padre que lucha por comprender las acciones de su hijo y sus posibles defectos, tan conmovedora que uno como espectador se solidariza inmediatamente. Su interpretación es desgarradora y abunda en matices, cambios de expresión y actitudes, captando la confusión de un padre que jamás podrá salir de aquella situación dolorosa. El reparto, que incluye al recién llegado Owen Cooper (dulce y tierno, pero también perverso y cruel, en el papel de Jamie) y a Erin Doherty como la psicóloga Briony Ariston, que es la que le da a la serie la profundidad emocional que no transmite ningún policía, abogado o juez dentro de la historia. Memorable la escena de la conversación a puerta cerrada que tiene la profesional de la salud mental con el joven trastornado. Su personaje llega a sentir miedo genuino al verse en peligro ante la explosión de carácter del pequeño homicida. Todo esto hace de Adolescence, no sólo un drama criminal atípico, sino una sagaz exploración de los problemas de la sociedad en que vivimos.

Hay que aplaudir esta serie inteligente, no solo porque nace en NETFLIX (que no tiene por qué acertar siempre dentro de su profusa producción industrial), sino porque surge de la misma narrativa audiovisual generada por social media. El mejor instrumento de narración resulta ser el formato de una hora en una plataforma de streaming. Menuda paradoja: la serie la proyecta la transnacional en la que los adolescentes consumen su cuota diaria de audiovisuales. Stephen Graham, el inolvidable irlandés rechoncho del filme Snatch (2000), sobresale (ya lo dijimos más atrás) no solo como protagonista, sino también como productor ejecutivo y co-guionista. Graham invitó a Brad Pitt, su compañero de reparto en el filme de Guy Ritchie, a financiar parte de la serie, razón por la que el actor norteamericano también consta en los créditos de la producción.

Adolescence es un testimonio de la destreza de Barantini como contador de historias. Imposible no recordar la cita de Wim Wenders quien afirmó, con sabiduría, que ahora abundan los storysellers en vez de los storytellers. Enhorabuena que hay aún narradores que piensan más en explorar una historia que en venderla. Esto se nota en algo muy elemental de observar: la serie no tiene el más mínimo hálito sensacionalista (no es 13 reasons why que, con temática similar, hizo furor en la misma plataforma de streaming en 2017). Hay que ponderar también el éxito pedagógico que puede haber detrás: el espectador común y silvestre por fin sabrá lo que es un plano secuencia.

Inútil afirmar que esta serie es de visionado obligado porque ya está rompiendo todos los récords posibles de audiencia, se trata de un producto útil para quienes buscan una televisión que invita a la reflexión, con episodios que no hacen más que desafiar al espectador que se ve obligado a repensar su rol parental y su entendimiento de las complejidades de la adolescencia en la era digital. Vale.

MEMORIA DE UN HITO EN LA ANIMACIÓN STOP-MOTION

Memorias de un caracol (2024), la obra maestra (nunca mejor usada esta hipérbole) de stop-motion de Adam Elliot (Australia, 1972), es una narración de gran densidad conceptual que entrelaza la cita literaria con un marcado ambiente gótico, consolidando su lugar en la historia de la animación como una conmovedora película para adultos rica en metáforas, humor negro y giros trágicos..

La película sigue a Grace Pudel, (voz de Sarah Snook), que cuenta la historia de su vida a su caracol- mascota, Sylvia (llamada así por la poeta cuya novela La campana de cristal está leyendo la niña). El viaje de Grace se ve agrietado por pérdidas, como la muerte de su madre durante el parto, la posterior paraplejia de su padre a causa del atropellamiento de un conductor ebrio y la desgarradora separación de su hermano gemelo, Gilbert. Ambos quedan huérfanos y por ley tienen que ir a hogares adoptivos. A Grace le toca una simpática anciana trotamundos, pero su hermano es adoptado por una familia de granjeros desadaptados.

Estos acontecimientos sumergen a Grace en un mundo de solitud y excentricidad, que la llevan a encontrar consuelo, en su cada vez más creciente colección de caracoles, y a entablar una amistad poco convencional con la anciana Pinky (voz de Jacki Weaver). Esta estructura narrativa se hace eco de las reflexiones existenciales del filósofo Søren Kierkegaard, en particular la noción de que «la vida sólo se puede entender hacia atrás, pero hay que vivirla hacia adelante», una de las tantas citas dignas de ser enmarcadas.

El meticuloso trabajo artesanal de Elliot queda patente en el mundo sepia y tridimensional que construye, en el que cada fotograma supura melancolía e introspección. Los personajes, de rasgos exagerados y expresiones sombrías (algo de los locos Adams tiene), habitan un universo caprichoso e inquietante a la vez, que parece, según el periódico Times, como si Aardman Animations filmara una historia de Samuel Beckett.

Memorias de un caracol es un testimonio de la riqueza del stop-motion para transmitir temas complejos orientados a los adultos. La dedicación del australiano Adam Elliot a este oficio es evidente en la producción de la película, que duró ocho años, y supuso la creación de miles de marionetas artesanales y decorados en miniatura. El resultado de este minucioso proceso es una experiencia visual única que introduce al espectador en el mundo introspectivo de Grace que es una mina de perlas cultivadas: «Dad used to say that childhood was like being drunk. Everyone remembers what you did, except you» y «Losing a twin is like losing an eye… You never see the world the same way again».

Párrafo especial merece Percy Pudel (voz de Dominique Pinon), el personaje del padre de Grace, un francés enamorado de la animación que tiene una cámara especial para hacer historias de stop motion. Él le enseña a su hija el amor por ese tipo de animación y de niña ella pasa sus horas moviendo y fotografiando muñecos. Después de la muerte de su padre ella conserva esa cámara como legado y es como el filme dentro del filme y el guiño a una técnica fundamental de la animación que exige mucho trabajo, tiempo y paciencia. De ahí que el filme haya durado casi una década en su rodaje. Esto hace que valoremos más cada objeto y movimiento que aparece en pantalla.

Este filme no es para cualquiera: aparecen personajes leyendo The Catcher in the Rye de Salinger, Of Mice and Men y Grapes of Wrath de Steinbeck, El diario de Ana Frank y Memorias de una geisha de la que parece haber tomado el director el título. La exploración que hace la sombría narración de temas como el dolor, la soledad y la condición humana, junto con su humor negro y sus trágicos arcos narrativos, desafían los límites convencionales de la narración animada. Al ahondar en la vida de los marginados y enfatizar sus luchas y resistencias, Elliot invita al público algo que jamás se le ocurriría a Disney: solidarizarse con los perdedores. Este enfoque no sólo enriquece la narración, sino que eleva el arte de la animación como vehículo para contar mejores historias.

El filme de Eliot ha arrasado en su recepción internacional. En concreto, Memoir of a Snail recibió una nominación al mejor largometraje de animación en la 97 edición de los premios de la Academia, lo que supuso un logro sin precedentes para la animación stop-motion australiana. Además, obtuvo el premio al mejor largometraje en el Festival de Cine BFI de Londres de 2024, en el que el jurado ponderó su resonancia emocional y su narrativa anticonvencional. 

En conclusión, Memorias de un caracol es un hito audiovisual que muestra hasta donde puede llegar la animación stop-motion a través de una historia nada comercial marcada por antihéroes y pequeños fracasos de vida. A través de su intrincada narrativa, su estilo visual gótico y la exploración de temas que son más para adultos, no sólo cautiva al público, sino que también consolida el legado de Adam Elliot como un visionario en el canon del cine de animación.

TODOS LOS HOMBRES DEL PAPA, Y UNA MUJER

Cónclave (2024), dirigido por Edward Berger (All quiet on the western front), ofrece una nueva inmersión en el proceso de elección papal, subrayando las intrigas y desafíos que suelen enfrentar los cardenales al seleccionar al nuevo mandamás de la Iglesia Católica. Basada en la novela de Robert Harris, la película se centra en el cardenal Thomas Lawrence (interpretado magistralmente por Ralph Fiennes, candidato al Oscar al mejor actor principal), quien debe navegar por las aguas de complejas dinámicas políticas y personales durante todo el proceso de elección. De ser un simple coordinador del cónclave se convierte en un probable favorito, que va de ser nadie a la condición de caballo aventajado en el hipódromo catolicista, para luego volver a ser invisible.

Al comparar Cónclave con sus predecesoras, Las sandalias del pescador (1968) de Michael Anderson y Habemus Papam (2011) de Nanni Moretti, emergen sutiles paralelismos y contrastes significativos. En Las sandalias del pescador, Anthony Quinn encarna al cardenal Kiril Lakota, un ucraniano que, tras años de cautiverio en Siberia, es inesperadamente elegido Papa. Este personaje guarda similitudes con el Papa electo en Cónclave, ya que ambos provienen de contextos de sufrimiento y opresión, aportando una perspectiva compasiva al hecho de ser papa. Coincidencialmente, los cardenales que son elegidos pontífices en ambos filmes, llegan a ser favoritos después de lanzar discursos progresistas e inspiradores después de haber estado en un humilde silencio. Por otro lado, Habemus Papam explora la ansiedad y las dudas existenciales del cardenal Melville (Michel Piccoli) tras su elección como sucesor de Pedro, ofreciendo una visión más íntima y humana de lo que es reinar en el Vaticano. Este mismo espíritu introspectivo se refleja en Cónclave a través de la representación de las inseguridades y conflictos internos de los cardenales durante el proceso electoral.

La dirección de arte y el diseño de producción de Cónclave son los aspectos más dignos de elogio. La recreación meticulosa de la Capilla Sixtina y otros espacios vaticanos, aunque con ciertas licencias artísticas, sumerge al espectador en la atmósfera solemne y majestuosa del Vaticano. Los vestuarios, diseñados por Lisy Christl, reflejan una investigación exhaustiva en cada bordado, cada pliegue y cada adminículo, capturando la esencia de las vestimentas cardenalicias con autenticidad y detalle, llegando a ratos a parecer un verdadero desfile de moda eclesiástico. La música, compuesta por Volker Bertelmann (el mismo de Sin novedad en el frente), complementa la narrativa con una banda sonora que equilibra lo sacro y lo contemporáneo, utilizando instrumentos como el Cristal Baschet para evocar una atmósfera etérea.

Ralph Fiennes (nominado anteriormente por La lista de Schindler y El paciente inglés) ofrece una interpretación contenida pero poderosa del cardenal Lawrence, transmitiendo la carga de responsabilidad y las tensiones inherentes al proceso electoral. El elenco de apoyo, incluyendo a Stanley Tucci y John Lithgow, enriquece la narrativa con actuaciones que aportan profundidad y matices a sus respectivos personajes. Tucci representa a Bellini, el político cardenalicio que sabe moverse bien entre las sombras, intrigando, queriendo conseguir votos, es carismático y encantador, pero muy astuto en cada jugada preparada. Lithgow interpreta al cardenal Tremblay que opera sin escrúpulos con tal de hacerse con el trono vaticano. Controla el bloque de votos conservadores, lidera una campaña de desprestigio contra el papa recientemente fallecido y contra el favorito. Lithgow también está pulcro en su rol de un Maquiavelo norteamericano vestido de rojo

El personaje más destacado no es masculino. Es la hermana Agnes, interpretada por Isabella Rossellini, la encargada de la logística del cónclave. El nombre parece tomado de Agnes De Dios (1985), la película de Norman Jewison, en la que Meg Tilly interpreta a la monja embarazada milagrosamente en el convento regentado por Anne Bancroft. La monja de Rossellini (nominada al Oscar a la mejor actriz secundaria) no es sumisa, no es decorativa, no se deja amilanar por estar atrapada en un mundo de hombres. Su forma de hablar con el cardenal Lawrence sugiere un pasado compartido que le añade una capa de complejidad extra a la historia. Ella es la que mueve los hilos y la que al final, de una u otra manera, incide en la votación final.

Otro actor importante es Sergio Castellito, en el rol del cardenal italiano Goffredo Tedesco, un conservador de la línea dura que contrasta con el pensamiento liberal de otros compañeros del cónclave. El personaje crea una importante tensión cada vez que toma la palabra porque se opone a cada una de las posturas que van apareciendo en el proceso eleccionario. Además, por su procedencia italiana, es uno de los favoritos para ocupar el cetro de Pedro.

El guion, galardonado con un Oscar a la mejor historia adaptada de otra fuente, destaca por su habilidad para entrelazar intriga política y drama personal; sin embargo, el giro final de la trama, que introduce una revelación inesperada sobre la identidad de uno de los personajes principales, ha sido objeto de debate (en lo personal, a este crítico le parece poco verosímil el giro queer que adquiere la historia). Mientras algunos críticos lo consideran una audaz exploración de temas en boga, otros lo perciben como un desvío que distrae de la narrativa principal. El guionista Peter Straughan ha defendido esta elección, argumentando que busca humanizar a los personajes y reflejar la complejidad de la naturaleza humana.

La relevancia de Cónclave se acentúa por la coyuntura del Papa Francisco hospitalizado debido a una neumonía bilateral desde febrero de 2025, lo que ha generado especulaciones sobre su posible renuncia y la sucesión papal. La película ofrece una mirada oportuna a las dinámicas internas del Vaticano, invitando a reflexionar sobre el futuro de la Iglesia en tiempos de incertidumbre. Mientras redactamos estas líneas, estamos en el día 27 de hospitalización del cardenal Bergoglio, de 88 años, con noticias contradictorias sobre su salud pulmonar. Todo parece indicar que el papa número 266 pasará su aniversario décimo segundo con terapia respiratoria.

En conclusión, Cónclave es una obra cinematográfica que, al igual que sus predecesoras, invita a reflexionar sobre la naturaleza del poder, la fe y la humanidad. La película plantea preguntas sobre si la vida imita al arte o viceversa, especialmente en momentos en que la realidad y la ficción parecen converger. ¿Acaso Dios juega a los dados con el poder del Vaticano? La película parece sugerir que, aunque las decisiones humanas están matizadas por la ambigüedad moral, hay una búsqueda constante de luminosidad entre las complejidades del poder terrenal. El resto es humo blanco.

FLOW, LA REIVINDICACIÓN DEL SOFTWARE LIBRE O EL ADIÓS A LOS STORYBOARDS EN EL CINE DE ANIMACIÓN

Hay que decirlo de entrada: Flow es la epifanía animada de la temporada. La película letona, dirigida por Gints Zilbalodis, ha dejado una marca de agua en la historia del cine de animación, al ganar el Oscar a la Mejor Película de su género, en la 97ª edición de los premios de la Academia.  Este logro no solo representa un hito para Letonia, al ser su primer Oscar, sino que también destaca por sus aportes técnicos revolucionarios en el ámbito de la animación. Al menos así lo dicen los entendidos. A continuación una reseña que no habla de las amenazas del cambio climático, el tsunami global, el fin del mundo y la desaparición de los seres humanos.

El gran sacrilegio es la ausencia de palabras o intertítulos. Flow es una película muda de 84 minutos: se desarrolla sin diálogos, centrándose en un gato negro (que parece salido del cuento de Edgar Allan Poe) y otros animales que buscan sobrevivir en un mundo postapocalíptico donde el diluvio parece que no va amainar. Esta ausencia de diálogos resalta la habilidad de la animación para transmitir emociones y contar una historia universal dependiendo únicamente del storytelling visual.

Uno de los aspectos más destacados es el uso de Blender, un software de código abierto que permitió a Zilbalodis y a su reducido equipo de apenas 20 personas, producir una obra de alta calidad con recursos limitados. Esto diferencia a los creadores letones de cualquier estudio de animación tradicional como Disney, Dreamworks o Pixar.  El uso de Blender no solo democratiza el proceso de producción, sino que también establece un precedente para cineastas independientes que buscan herramientas tecnológicas para crear al margen de los grandes estudios.

Otro gran aporte es el haber descartado el uso de storyboards que tradicionalmente son tan necesarios en el proceso de la animación. En vez de las usuales viñetas, el director se arriesgó a explorar ambientes virtuales con una cámara, creando una experiencia inmersiva inusual en este tipo de cine. Este enfoque innovador, ultrarrealista, obliga a tirar al tacho de la basura a los guiones gráficos tradicionales, diseñando las escenas directamente en 3D. Esta técnica permitió una exploración más orgánica y flexible de las secuencias, similar a la filmación en un set de acción real, y facilitó hallazgos e improvisaciones durante la producción que habrían sido imposibles sin la camisa de fuerza de las viñetas. Este enfoque se nota en la exploración constante de los espacios naturales, los perfectos detalles de la vegetación, las ruinas, las texturas líquidas como los charcos y el océano furioso con sus vaivenes cambiantes. No parece una película de animación. Es la naturaleza misma cobrando vida ante nuestros ojos azorados.

El filme también es notable por su eficiencia en el proceso de renderizado. Gracias al motor EEVEE de Blender, cada cuadro se renderizó en tiempos que oscilan entre 0,5 y 10 segundos en una laptop, eliminando la necesidad de costosas granjas de renderizado que son usuales de los grandes estudios (no olvidemos la prehistoria de los softwares de animación en los que tomaba días renderizar una sola imagen).  Este novedoso flujo de trabajo propuesto por Zilbalodis no solo redujo el presupuesto, sino que también aceleró significativamente el proceso de producción, demostrando que es posible alcanzar altos estándares visuales sin infraestructuras técnicas millonarias.

En conclusión, este filme marca un antes y un después en el cine de animación. Es la lápida colocada encima de los grandes estudios tradicionales. Si el año pasado El niño y la garza de Estudios Ghibli hizo historia reafirmando el poder del storytelling oriental, este filme letón obliga a reescribir los manuales de la historia del cine de animación. Gracias a este título que le ganó el Oscar a las millonarias The Wild Robot, Inside Out 2 y Wallace & Gromit: Vengeance Most Fowl, los artistas de este género tan apreciado se encuentran a salvo. Hay mucho futuro por animar.

FUENTES CONSULTADAS

Diario As. AP News. The Guardian. El Tiempo. Albaciudad.org Euronews.com Milesjazzclub.com Prensalibre.com. Lanacion.com.py. Portafolio.co. Larepublica.es. Elcomercio.com